Mi negocio desmesurado por mis venas

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De desmesura está hecha la vida.

 
Desde que tengo memoria siempre he vivido con una certeza, mi vida, mi razón de ser pasaba pro ser abogada, por llevar hasta el fin la defensa de lo que yo creía, de la justicia, de la razón y de la defensa de los menos afortunados.
Es verdad que durante mis primeros años ese sentimiento estuvo entrelazado por otras ilusiones, otros anhelos, y un poco de imaginación. También quise ser camionero, bombero, astronauta y misionera.
Me llamaban los límites del espacio, me llamaba la distancia, los kilómetros que recorrería en mi aventura, e incluso me llamaba el riesgo por el riesgo, aunque por que entonces no tenía demasiada conciencia del riesgo que suponía tomar cualquiera de esas decisiones.
A los ocho años, se cruzó en mi vida la venta de regalos, y vendía las manualidades que hacían mis hermanos en clase de arte. Era un poco más sofisticado mi plan, pero seguía haciendo un precio especial a aquellas niñas menos favorecidas, las que no podían juntar las moneditas que me tenían que entregar.
Y en ese caos se fue perfilando mi futuro, mi destino, fui haciendo mi camino sin atender a los requerimientos de quién más me quería. Mi papá siempre quiso que fuera artista, que conviviera eternamente con las pinturas que siempre me acompañaron, que no tuviera que estar sujeta a norma o convencionalismo alguno, pero a mi me gustaba más la idea de ayudar a los demás.
Siempre se me dio bien solucionar problemas, era buena con los planteamientos y no me molestaba tomar decisiones, por eso siempre en el colegio me decían que tenía madera de líder. Ahora sé que no, que no tengo madera, que estoy hecha de otra cosa.
Y esa cosa podría ser desmesura, llegué al despacho de mis papás y me propuse revolucionar el mundo, me hice un huequito en aquél espacio ocupado, hice míos los muebles que ya nadie quería y doté de color a mi propio espacio.
Hasta ahora mi ayuda fue siempre en el plano personal, siempre fui buena escuchando, abrazando, y sonriendo, pero encontrarme con la posibilidad de resolver problemas legales tuvo un impacto importante en mi, en mi persona.
Cogí carrerilla y me lancé, volví a estudiar, trabajé sin descanso, horas y horas que hacía mías para conseguir aquellos propósitos que quería y tuve mucho éxito. Durante años gané todos los planteamientos jurídicos en los que intervenía, a costa de mucho trabajo, no creas.
Y de repente, comencé a perder, perdí mi rumbo y, cómo siempre, lo hice a lo grande, me costó mis creencias, mi confianza ciega en la justicia, y vi que ya no podía ir por el mismo camino.
Fueron años duros, caminar sin propósito, sin ilusión, sin fin, no tener a quién ayudar, saber que el mundo había cambiado, había dejado de ser un entorno conocido, amable y conocido, y cómo no sé vivir sin un propósito tuve que inventarme uno.
Y mientras me curaba las heridas, mientras buscaba en mi interior, encontré una luz, la solución, mi nuevo propósito. No es que sea nuevo, era el mismo propósito de siempre, pero con otra perspectiva. Junté dos conceptos poderosos, capaces de mover el mundo, el concepto de comunidad y de compromiso, unido con la pasión por ayudar a quién está a tu alrededor, y comencé a caminar de nuevo.
Durante los años de la crisis hubo muchas personas que fueron agredidas, de una u otra manera, por un entorno hostil, personas a las que despedían sin razón alguna, a la que dejaban de pagar su salario, personas que no pudieron atender sus obligaciones, pagar sus deudas y en el camino lo perdió todo, personas que debían reinventar su futuro.
Y entre esas personas había un grupo de empresarios que luchaban con fuerza por salvar todo lo que podían de sus negocios, o luchaban por encontrar un hueco, y ellos fueron los que redoblaron mi confianza en el futuro. Encontré a quién ayudar, a quien acompañar en el camino de la vida.
Mi experiencia estaba en sus manos, mi forma de ver el derecho, también. Poco a poco retomé mi trabajo, buscando soluciones nuevas a los problemas actuales, a las nuevas situaciones, a la falta de dinero para hacer frente a un negocio. Tuvimos que reinventar una nueva forma de hacer negocios, y esta vez ganó el corazón tocado por la razón.
Nos lanzamos con pasión a transformar esos negocios en pequeños reductos de paz, a transformarlos en negocios sostenibles, tuvimos que aprender a vivir sin bancos, sin ahorros, aprender a vivir al día y  tuvimos que aprender a contar al mundo que por muy pequeños que fuéramos ahora, seguíamos siendo de fiar.
Cómo puedes imaginarte, el esfuerzo fue hercúleo, no sólo por lo que nos rodeaba, sino porque nos enfrentábamos a situaciones nuevas, a nuevos paradigmas. De repente, quien había sido siempre de fiar, desaparecía sin despedirse y quién pensabas que no podrías confiar en él, ahí estaba a tu lado.
La desmesura, la encuentro en el sentimiento de acompañar, de hacer negocios totalmente acoplados a nuestra vida, a nuestra situación, negocios compatibles con nuestras familias, horarios respetuosos con nosotros, alegría por los éxitos conseguidos, y caminos lentos, pero seguros.
También encuentro desmesura en poder celebrar un año más el aniversario de mi despacho, este año 77 años, en estar rodeada de buena gente, en no olvidar las enseñanzas de mi padre, en ser capaz de ayudarte en tu camino, y en disfrutar los dos de ese camino.
Muchas ideas y sueños se perdieron en el camino, pero ese mismo camino es el que hizo que creciera Blanco Legal como tal, la desmesura hizo que decidiera hacerme pequeña, muy pequeñita, para reencontrar mi verdad, a mi y olvidara mis sueños de grandeza.
Hoy hablo contigo, te atiendo yo personalmente, disfruto escuchándote y cuando te vas de mi casa, puedo abrazarte, formar parte de tu día a día y participar de tu negocio.
Te ayudo a crecer con sentido, con sentimiento.

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