Los recuerdos que empañan mi mirada

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Últimamente estoy sensible, mi mirada vuelve a mi niñez una y otra vez, veo cómo mi mamá se hace mayor, y hecho de menos a mi papá, que aunque hace mucho tiempo que se fue, sigue presente cada día más.
 
Y  ultimamente está muy presente porque las cosas no han ido todo lo bien que debieran, se han juntado muchos problemas y nos ha pillado a todos cansados, y a mi principalmente. No creas, me gusta acordarme de él, aún hoy día sigue siendo mi maestro, sigo escuchando su voz explicándome cómo hacer las cosas, o que decisiones cree que son mejores, incluso lo escucho decirme que me he equivocado, lo tengo presente cada día más.
 
Y fíjate que es extraño, casi nunca le hablo a Carlota de él, aun después de 15 años se me empañan los ojos cuando lo recuerdo, sigo queriendo que regrese a mi lado, que me abrace y que me diga que todo saldrá bien. Y voy hilando historias que le sirvan de recuerdo a Carlota, le cuento que hacíamos de pequeños, cómo jugábamos y donde nos escondíamos; y esas historias adquieren mucho más sentido ahora que vivimos en la casa de mi infancia, sus paredes son las que nos vieron crecer, las que nos arropaban cuando nos buscábamos para paliar la pérdida, sus recuerdos están ahí, impregnando todo.
 
Y esa mirada, la que poso en mi madre, en mi otra gran maestra, la que hoy me alienta y me calma, la que me escucha sin rechistar, la que puso todo su empeño en que fuera como realmente soy, la que luchó por mi independencia ideológica, económica y del alma, es mi compañera de viaje. Hoy la cuido yo, pero incluso en esa tesitura ella sigue cuidando de mi, de mi hija, de mi pequeña familia, ella hace mis días más sencillos, hace que todo funcione a la perfección, incluso cuando protesto.
 
Y es ese espíritu, el de los dos, el que me invade , el que llena mi interior, el que puebla mis recuerdos, el que hace que sonría cuando recuerdo las Navidades de cuando éramos pequeños, en las que no faltaba ni un detalle, en las que la ilusión era la protagonista de nuestros días, en las que revoloteábamos todo el día.
 
Ya sabes que mi familia es numerosa, que crecimos en un entorno de colaboración, en el que la premisa fundamental era compartir con tu hermano, hasta el infinito y más allá, en el que nada era de nadie y la propiedad privada no existía, y en el que fuimos mimados como si fuéramos únicos, en el que jamás se nos negó nada, y en el que siempre había posibilidad de crear.
 
Mi madre siempre decía que el secreto está en dar a cada uno lo que necesita y nunca tratarnos por igual, y yo creo que acertó mil por cien, a mi no me hubiera servido muchas cosas de las que dieron a mis hermanos.
 
Siempre tuvimos el apoyo de los mayores, ya fuera en los deportes, en las locuras o en los estudios, y en ese ambiente aprendimos a desarrollar el pensamiento, a justificar nuestros actos, a no dejarnos llevar por la mayoría y a sentirnos bien en nuestra piel.
 
Eramos de los pocos que no veíamos la televisión y no llevábamos almuerzo al cole porque nuestra mamá no se levantaba a hacernos el almuerzo. Vivimos en unan casa en la que desde que aprendías a andar, si querías desayunar tenias que aprender a subirte a una silla y llegar así a las tazas.
 
Imagínate el entorno, siempre éramos los blanco, los raros, y sin embargo jamás tuvimos duda de nosotros mismos, como entidad, como individuo, jamás dudamos, ese, creo, que ha sido el mayor regalo que nos hizo mi papá, la confianza ciega en nuestras capacidades, en nuestra capacidad de solucionar lo solucionable y en aceptar lo que no tiene solución.
 
De él recuerdo su confianza ciega en la providencia, una confianza que siempre le encontró trabajando, y una confianza ciega en el amor, en el amor por su mujer, mi madre, en nuestros mayores, nuestra abuelos y en nosotros, sus hijos, su gran obra.
 
 
Y es ahora, cuando los pequeños se van haciendo mayores, cuando las tornas se van cambiando, cuando somos nosotros los padres, y ellos los abuelos, es cuando más recuerdo su forma, su actitud, su compromiso y sus ganas de hacernos felices.
 
Ahora es cuando me toca a mi organizar las Navidades, cuando disfruto haciendo locuras, con miles de regalos para todos, con mil detalles, con las felicitaciones y las camisetas de navidad, un clásico.  Ya se que me dirás que no hay que regalar tanto, pero son unos niños que nunca piden nada, que son felices con cajas de besos, que regalan obras de arte y que guardan todas las ilusiones del año en esos días.
 
He de decir que siguiendo la costumbre de mi madre, celebramos todo lo celebrable, somos tanto de Papá Noel como de los Reyes Magos, disfrutamos de todos, por eso a veces las navidades parecen un maratón, imagina lo que es una familia de 18 personas, a veces una locura.
 
Y pese a ser a veces una locura, muchas veces me parece el mejor regalo que me pudieron hacer, y sin duda, todos ellos, son responsables de cómo soy hoy, de donde he llegado, de mi forma de ver la vida, de mi manera de actuar y decidir.
 
Y yo sigo extrañando a mi papá, queriendo que vuelva, aunque se que no va a ser posible, y me imagino las Navidades como eran antes, cuando estábamos todos, cuando no faltaba nadie, cuando su sonrisa presidía la mesa y todos estábamos alrededor, riendo, contando historias, soñando y disfrutando.
 
Esos recuerdos son los que hacen que me emocione, los que hacen que busque soluciones para lo que hay solución y siga queriendo a mi familia, así en bloque, y los que hacen que mi confianza en el 2.017  sea completa.
 
 
 

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