La Singularidad que nos aguarda a la vuelta de la esquina

Hoy vamos a introducir un concepto del que quizás ya hayas oído hablar: la Singularidad, y si no es así no te preocupes, que pronto empezarás a tropezarte con esta idea donde menos te lo esperes. Esa es una de las predicciones que los teóricos de esta hipótesis llevan manejando desde hace tiempo… y hasta ahora las etapas se han ido cumpliendo con meticulosa exactitud.
Pero demos un paso atrás. ¿De dónde surge la idea? Todo proviene de una observación que realizó en 1965 Gordon Moore, uno de los cofundadores de Intel. Inicialmente, propuso que el número de transistores que cabían en un circuito integrado se duplicaría cada año durante al menos las siguientes dos décadas.
En otras palabras, que la potencia de cálculo de los ordenadores crecería según una progresión geométrica durante el futuro previsible. Una década después ajustó sus cálculos, proponiendo un plazo de dos años… y es una predicción que se ha cumplido no durante dos décadas, sino hasta el día de hoy (con al menos una década de validez por delante; a la espera de que una nueva tecnología, como la de la computación cuántica, siga alejando la fecha de caducidad).
A efectos prácticos, ello ha implicado que los ordenadores son hoy en día miles de veces más potentes, y aun así mucho más baratos, que hace 25 años. Por poner las cosas en perspectiva se suele utilizar una comparación: si la aviación comercial hubiera seguido la misma dinámica, para viajar de Valencia a Nueva York se tardaría menos de un segundo y costaría menos de un céntimo.
Hasta aquí todo bien. La ley de Moore ha permitido que cualquiera de nosotros llevemos en el teléfono móvil más potencia de cálculo de la que puso al hombre en la Luna (que luego la empleemos principalmente para jugar al Candy Crush ya es otra historia). El problema surge cuando empiezas a darle vueltas a la idea de la ausencia de límites. ¿Hasta dónde puede seguir aumentando la capacidad de cálculo de los ordenadores? ¿Qué pasará cuando superen la capacidad del cerebro humano?
No estamos tan lejos. Si la ley de Moore se mantiene, ese hito tan inquietante se producirá más o menos de aquí en diez años, y poco después, en torno al año 2045, la capacidad de cálculo de los ordenadores será superior a la conjunta de los cerebros de toda la especie humana.
Lo que ello pueda suponer está abierto a especulación. Los defensores de la teoría de la Inteligencia Artificial fuerte sostienen que a partir de ese momento (2025) los ordenadores podrán empezar a desarrollar ideas que estarán fuera del alcance de la comprensión humana (y de ahí que se bautizara el evento como Singularidad). Nuestros maravillosos cerebros serán hardware obsoleto. ¿Sabéis por dónde anda vuestro primer teléfono móvil? Pues eso mismo.
Por suerte nos queda un resquicio de esperanza (y no se fundamenta precisamente en que los desarrolladores de microprocesadores van a decidir plantarse al unísono antes que arriesgarse a cruzar la línea fatídica). No entendemos bien qué es la inteligencia. Muy posiblemente sea bastante más que potencia bruta de cálculo, así que tener ideas originales podría requerir de atributos fuera del alcance de los algoritmos computacionales que manejamos.
Aun así, unos sistemas informáticos con capacidades miles de veces superiores a las actuales (en diez añitos de nada) podrían seguir trastocando nuestra vida de formas que apenas podemos empezar a imaginar. Volvamos al concepto de los avances exponenciales.
Resulta que no sólo la Ley de Moore sigue una dinámica de crecimiento exponencial. Diversos estudios han intentado poner fecha a los grandes cambios de paradigma de la historia de la civilización humana. Esos momentos en los que se produce una discontinuidad clara y evidente entre el modo de vida previo y el modo de vida posterior. A los más significativos ya les habíamos adjudicado un nombre, los llamábamos revoluciones, y las dos mayores fueron la Revolución Neolítica, que aconteció hace unos 9.000 años y nos convirtió de cazadores/recolectores en agricultores/ganaderos (y propició, por ejemplo, la aparición de las primeras ciudades); y la Revolución Industrial, que hace unos 170 años configuró el mundo moderno.
Podríamos estar a las puertas de una tercera revolución de igual magnitud; y si se sigue cumpliendo la ley de cambio exponencial, la cuarta podría aguardar agazapada apenas unos años después; y luego la quinta… ¿Pero tiene sentido hablar de luego? Intentar comprender el mundo de dentro de apenas unas décadas sería como soltar a un cavernícola en medio de Tokio y esperar que entendiera de inmediato lo que le había ocurrido y se acercara al restaurante más cercano a encargar una buena bandeja de sushi.
Vale, vale, demasiado extremo todavía.
Vamos a ponernos en lo mejor de lo mejor.
Con suerte, lo que ocurrirá es que trabajos que hasta la fecha considerábamos territorio exclusivo del ser humano (tareas creativas, que requieran del uso de la imaginación o la empatía) podrían empezar a ser desempeñadas con mayor eficacia por máquinas. De igual modo que durante la Revolución Industrial el telar a vapor dejó obsoletas a las hilanderas, la próxima generación de computadoras podría mandar a casa a legiones de trabajadores altamente especializados, incapaces de competir con su lento sistema nervioso natural frente a cerebros electrónicos (o lumínicos) capaces de ejecutar en segundos todos los cálculos que los hombres han realizado desde que se erigieron las pirámides hasta nuestros días.
Ojo, aunque suene muy alarmista, es muy posible que todo ello no sea para mal. Juzgar la situación con nuestros parámetros resulta engañoso, pues por definición una revolución supone un cambio universal, que requerirá de la adaptación al nuevo paradigma de todas nuestras estructuras sociales, económicas y políticas; y después de cada una de las revoluciones previas la civilización ha salido reforzada y enriquecida.
Lo malo es que posiblemente nos toque tragarnos el marrón del cambio, y será un viaje para el que no existe hoja de ruta. Sólo podemos aprestarnos para cabalgar firmes en la cresta de la ola, sin dejarnos abrumar por las circunstancias.
Cuando menos, serán tiempos interesantes. ¿Cuántas generaciones han podido afirmar que sus pies hollarán senderos que no pudieron siquiera ser soñados por sus progenitores?
Sergio Mars
Rescepto indablog

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